¿Cuándo empezamos a creer que liderar nos exime de administrar? Existe una diferencia significativa entre liderar y administrar. Solemos creer que una está por encima de la otra, pero lo cierto es que son complementarias y una fracasaría sin la otra.
Vamos a diferenciarlas para entender mejor cómo articular ambos verbos y convertirnos en protagonistas de la transformación efectiva de nuestros equipos.
Liderar se centra en el qué, el por qué: el propósito, los valores, la perspectiva a largo plazo y el pensamiento estratégico.
Liderar es pararse en la frontera de lo desconocido, señalar un punto en la oscuridad e inspirar y enrolar a una organización para avanzar hacia ese destino.
Para liderar, se necesita una convicción férrea y la capacidad de estar en paz con la soledad que traen ciertas decisiones difíciles.
La incertidumbre, el caos y la incomodidad, serán estados que tendremos que atravesar para llegar a donde nos propusimos llegar. Aprenderemos a sostenernos en nuestros valores y en nuestra visión, que serán nuestra brújula y puerto de destino, respectivamente.
Liderar requiere de alto control emocional. Dominar nuestras pasiones y humores es crucial para que toda la tripulación navegue junto a nosotros.
Todos podemos ser lideres, pero no todos somos ni debemos serlo al mismo tiempo. Liderar también significa asumir que ciertas dificultades sólo nos tocarán a nosotros.
El liderazgo se enfoca en "hacer lo correcto”: tener una comprensión clara del destino y de los hitos que debemos alcanzar en equipo para lograrlo.
Podemos correr más rápido, pero si lo hacemos en la dirección equivocada estaremos cada vez más lejos de nuestro objetivo. La efectividad no sólo depende del esfuerzo, sino de que estés orientado en la dirección correcta.
Administrar se centra más en el cómo: en convertir la visión en realidad mediante la planificación, organización y control de los recursos.
La administración se centra en "hacerlo correctamente".
Gerenciar implica elevar un poco el piso, pero no demasiado. Nos mantenemos cerca de la acción, asegurándonos de no alejarnos más de dos pasos del “barro”.
Nuestra perspectiva debe abarcar el corto y mediano plazo. A nivel táctico, seremos capaces de anticipar de 3 a 5 movimientos, pero no 20 o 40.
Administrar requiere ocupar una función central dentro del equipo: somos el pivot, el facilitador y el potenciador de la acción.
Mientras lo hacemos, resistiremos la tentación de jugar el partido nosotros mismos o de querer hacer los goles.
Cuando gerenciamos, nuestra atención debe expandirse. No se fija y enfoca como lo haría un técnico. Sacrificamos concentración para escuchar en todas las direcciones posibles: las voces del equipo, nuestros jefes, clientes, pares, proveedores e incluso nuestras propias necesidaes deben integrarse en nuestro análisis.
Administrar implica mantener el control de lo que ocurre dentro de la frontera de lo conocido. No es un espacio de disrupción e innovación, sino de búsqueda de eficiencia. Gerenciar no significa inventar la rueda, sino asegurarnos que tenga la presión correcta.
Una administración eficiente sin un liderazgo efectivo es como alinear las sillas en la cubierta del Titanic. Ningún éxito administrativo puede compensar el fracaso del liderazgo.
Por otro lado, un liderazgo brillante sin una administración que ejecute las ideas es como ponerse el mejor traje y quedarnos dormidos en el sillón mientras en otra parte de la ciudad se lleva a cabo nuestro propio casamiento.
Termino con dos frases de maestros que han dedicado su vida a la gestión y el liderazgo:
“Administrar es hacer las cosas bien; liderar es hacer las cosas correctas.” (P. Drucker)
“La administración busca la eficiencia en el ascenso por la escalera del éxito; el liderazgo determina si la escalera está, o no, apoyada en el lugar correcto.” (S. Covey)